Ser bueno te hará dichoso, ser culto te hará libre. José Martí.

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sábado, 30 de mayo de 2015

Luna de miel en París con niños

Prólogo

Los que creemos que hay que celebrar la vida cada día, los que hacemos del amor nuestra bandera, los que consideramos que si nacemos es para el placer y la felicidad, encontramos siempre un motivo para dar gracias y seguir buscando maneras de gozar, descubrir y aprender. Yo doy gracias a la Vida: por ser madre de Pablo y Pedro, porque son mis motores y maestros constantes, porque revolucionaron nuestro mundo con su llegada; por ser la esposa de Javi, quien me hizo descubrir la extraordinaria belleza de París y con quien puedo compartir mi pasión por los viajes, la fotografía, la literatura y sobre todo, compartir mi faceta de madre. Gracias a mis niños y a mi marido, por participar en mis proyectos de eventos: los primeros entusiasmados, porque han heredado mi gran afición por las celebraciones durante todo el año, sean cotidianas o transcendentales; el segundo resignado, pues asumió el riesgo de convivir con una mujer en permanente ebullición.
Cambiar de estado civil no es relevante. Sin embargo, celebrar una boda es la mejor oportunidad para sorprender, divertir y agasajar a nuestras familias y amigos. Además, de tener ocasión de dar rienda suelta a mi creatividad más desenfrenada (pospuesta muchas veces durante los últimos cuatros años pues mis cachorros me reclaman). Nuestro compromiso no necesitaba anillos, pues se forjó desde el minuto cero: ambos convivimos bajo el mismo techo y concebimos a nuestros hijos simplemente por el deseo de compartir juntos este aprendizaje de cada día. Una boda es también la mejor oportunidad para tener quince días de vacaciones en familia: que en una sociedad la hipoteca prime sobre los derechos más básicos de los niños a los que se les obliga a separarse de sus padres y cuidadores, es una sociedad enferma. Así que poder compartir 24 horas al día durante medio mes fue glorioso.
Este nuevo libro de Javi habla enteramente sobre el amor: el amor de pareja, el amor hacia su madre, el amor hacia sus hijos, el amor hacia el arte en todas sus facetas, hacia los viajes, hacia las ciudades que nos hacen vibrar. Y nace de su necesidad de ponerle palabras a las emociones que no siempre expresa en voz alta. Están ahí. Aunque no se oigan.
Es también un canto a su ciudad favorita. Y un canto a la infancia. Personalmente, tengo pánico a la pérdida de memoria. Por eso, escribo (o lo hacía antes de ser madre). Para que mis hijos no olviden cómo fueron sus primeros años. Anotaría y fotografiaría cada una de sus ocurrencias, sus comentarios fascinantes, sus preguntas propias de filósofos, cada una de esas sonrisas que me llenan de luz, para no olvidar las grandes cualidades de mis pequeños: empatía, generosidad, cariño, respeto, sentido del humor, inteligencia, pensamiento crítico…. No quiero perderlas. Es una forma de retenerlos junto a mí hasta que echen a volar.
Hay muchas guías de viaje para turistas que viajan a París. Y ya más de alguna ha salido al mercado editorial con la intención de hacer más llevadero el viaje a papás y mamás que viajan con niños y niñas (lo que últimamente se conoce como lugares “kidfriendly”). Pero este libro describe algo diferente: una luna de miel con, por y para hijos, y no sólo eso, sino un relato a favor de la crianza con apego en la que cada vez más papis y mamis creemos firmemente. Porque cambiar el mundo empieza por cambiar nuestra forma de engendrar, parir y criar a nuestros hijos. Por eso, entre estas páginas podréis leer como niños de 4 y 2 años maman de su madre a demanda, cómo son transportados en brazos o en mochilas, cómo son los adultos los que intentan amoldarse al ritmo y las necesidades de los pequeños y no al revés, cómo el sexo pasa a un segundo plano (que no es lo mismo que desaparecer) porque dormimos con nuestros hijos: compartiendo también abrazos y sueños; cómo son ellos quienes eligen qué comer (dentro de un rango sano del que partimos los padres) y en qué actividades lúdicas participar. Nadie dijo que fuera fácil pero siempre mereció la pena. Sus sonrisas, sus besos y sus miradas felices son nuestra mejor recompensa.

                                                                                                  Ana de Frutos y Del Valle

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