Ser bueno te hará dichoso, ser culto te hará libre. José Martí.

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martes, 2 de diciembre de 2014

Fin de siglo en México DF

Introducción


Cuando te diriges hacia un destino a gran velocidad, quizás no veas los fugaces árboles del camino, pero sí las golosas y mullidas nubes blancas de un día plácido. Así éramos los dos. Mientras que yo observaba las rápidas ramas en plan surrealista, deseando escalarlas, detenerme y abrazar cada tronco, confundirme entre su frondosidad, que nadie me viera. Fernando veía los pomposos cúmulos y deseaba alcanzarlos, que todos lo contemplaran allí: en la cima. Pero ni yo me detenía a subir a esos arquitectos del bosque ni Fernando llegaba a ese nimbo, aunque pareciera estar más alto y cerca que yo de las raíces del viento.
Cuando compré mi billete de avión a México DF intuí que experimentaría una situación especial. Fernando había conseguido lo que para mí era un sueño: vivir de la música, de su auténtica vocación, de su talento y persistencia. Podría ser que solo pasara el mes con lo justo y con estrecheces, pero ese escalón alcanzado por él suponía para mí una montaña inalcanzable con respecto a mi pasión por la poesía. Subsistir de lo que escribiera era todo un reto que no sabía si podría conseguirlo. Arrojarme a esa piscina, como Fernando había hecho con la música, sin saber antes la temperatura del agua, si cubría o no, si había demasiado cloro, era excesivo para el incierto mundo de los versos, ya que no me consideraba capacitado, ni había estudiado ninguna carrera universitaria, para otras facetas de la escritura que pudieran tener mayor salida laboral.

De todos modos, me propuse registrar aquella experiencia, mis conflictos y dudas personales, en forma de diario. Una fórmula literaria que nunca había practicado, pero de la cual, quizás, saliera algo interesante. Solo el hecho de volar a otro país y conocer otra cultura supone una aventura por sí misma, y más cuando no se realiza el viaje por turismo sino para visitar a quien vive allí y mezclarse con sus experiencias diarias normales. La relatividad del tiempo se transforma y lo que sucede de manera rutinaria en tu quehacer diario hace que durante unas vacaciones parezca un tiempo mayor, igual en cantidad, pero no en intensidad. Intuí que de aquel cuaderno podría surgir una novela algún día. La situación invitaba a ello. La bohemia musical en la que parecía vivir Fernando, y mi propia búsqueda de otra bohemia en la que bañarme y regatear así a la realidad que parecía ya rodearme sin dejar salidas, parecía dar suficiente jugo literario para esa posibilidad de argumento, además de nuestras formas de ser tan diferentes y casi contradictorias, donde pese a todo, vencía siempre la amistad. Y el momento de esa historia llegó.



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