Año tras año asistimos a la misma ceremonia de entrega de premios. Los vencedores, cual olimpiada, se llevan una estatuilla para decorar el salón y las estanterías de unos currículums que les permitirán un sello distintivo de por vida. Da igual que la película con el tiempo sea denostada u olvidada, ¡recibió un Óscar! Sin embargo, el arte trata de competir como en el deporte porque quizás a principios del siglo XX, con el renacer de las modernas olimpiadas y la importancia que adquirían los vencedores, que lucían medallas de oro, plata y bronce y, sobre todo, llenaban las portadas de los periódicos con sus proezas. Pero ¿tiene verdadero sentido premiar como "lo mejor" algo que es tan subjetivo y personal como una obra de arte? Porque el cine es ante todo Arte. También es entretenimiento y denuncia, y por supuesto que es un negocio, y eso hace que su vertiente comercial sea la propulsora de una entrega de premios famosos porque si no ¿iría alguien a ver determinadas películas? Y lo peor es que otros han tomado como modelo esa competitividad y se premia del mismo modo a la música, novelas, etc. El arte, el cine en este caso, debería estar ya maduro para tener su propio baremo de medir y promocionar sus obras, y no entregarse a unas fastuosas galas aburridas y pintorescas que espero que cada vez interesen menos. Además, de todos es conocido que no siempre premian a las películas de más calidad sino a las que mejor saben promocionarse. Existen empresas de representación dedicadas casi única y exclusivamente a conseguir que sus clientes alcancen tales premios, sin olvidar la labor de los estudios y productoras. El cine es una experiencia de disfrute personal y colectivo que tiene una innegable influencia en nuestras vidas. A esa no se le da premios para las portadas de los periódicos y revistas. Mis premios se llaman Pablo y Pedro, mis hijos, y una mujer maravillosa, Ana.