Ser bueno te hará dichoso, ser culto te hará libre. José Martí.

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domingo, 13 de diciembre de 2015

Ricardo y el cine (extracto de la novela: Los que no éramos galácticos)

Ricardo y el cine

Ricardo era el chico al que toda madre, del barrio donde vivía el grupo, le hubiera gustado tener como hijo. Era la personificación de la simpatía: brillante, atractivo, halagador, con un inigualable don de gentes, labia a mares, el más perfecto vendedor de lo que fuese: su persona misma, al que nadie podía resistirse, alegre y contagioso, siempre elegante y educado. Por si fuera poco, su talento para la música clásica, con su inseparable trompa que practicaba con la ventana abierta para concertar por toda la zona, le hizo popular en la mancomunidad donde vivía en la calle Las Palmas, ya que en una ocasión le llamaron para cubrir un puesto en la orquesta de José Luis Cobos, muy popular en aquella época como superventas de discos, a los conciertos que daba en televisión y que le mostraban a él entre los músicos. Luego no dejaba de contar su experiencia y relatar lo superficial que le pareció el tal Cobos que tanto pedía que le maquillaran.
No obstante, la verdadera pasión de Ricardo era el cine. Le encantaban las protagonizadas por Clint Eastwood. Las había visto todas, desde las spaguetti western tan memorables como la serie del duro Harry Callahan, ya que Eastwood tenía la dureza de carácter que a él le hubiera gustado poseer, aunque fuera incapaz de imitarle ya que anhelaba siempre caer bien a cualquier persona. A quien sí imitaba era a Tom Cruise, le gustaba hacer los malabarismos de barman con las botellas en “Cocktail”, en jugador de billar en “El color del dinero”, pero la que más le apasionaba era la película “Top gun” y hacía cantar a todo el grupo, cuando alguna ocasión le inspiraba, como delante de alguna chica a la que trataba de asombrar, la canción que el protagonista mal cantaba: “No intentes disimular”, pese a que el resto del grupo no compartía tanta pasión por aquella letra. Incluso intentaba parecerse físicamente al actor de moda en los ochenta, aunque su rostro y peinado estuviera más cerca de Pierce Brosnan, el futuro James Bond, en la época de la serie “Remington Steele”, parecido que le halagaba cuando alguien se lo señalaba, ya que dicho personaje entraba dentro de su ideario perfecto.
Siguiendo la estela de la imaginación que le inspiraban ese conglomerado de personajes no le gustaba salir en fotos, se vanagloriaba de que muy pocas, las de bautizo y comunión tan solo, y argumentaba que si en algún momento debía desaparecer, porque le persiguiera la mafia o entrara en los servicios secretos, la ausencia de retratos suyos ayudaría a no encontrarle ya que nadie sabría cómo era.
Su imaginación y pasión por el cine le diferenciaba de su padre, mucho más práctico, a quien Ricardo temía y admiraba con igual mezcla. Era policía nacional, lo cual admiraba en su ideario cinéfilo de duro, pero no le gustaba tanto que fuera también un peseto, como llamaba a los taxistas, profesión que ejercía en sus ratos libres, aunque quizás ello se debía al tiempo que no le dedicaba, ya que también pasaba muchas horas arreglando el coche. Lo que temía era la severidad de su carácter. Los fines de semana los pasaba con su orquesta en ferias y charangas, y de ahí le venía a Ricardo su vocación forzada por dedicarse a los instrumentos musicales. Lo siguiente sería opositar a algún cuerpo de la seguridad nacional y es que ya tenía preparada la vida que debería llevar su hijo para que no se equivocara. Con tanto empleo solo le reservaba un par de horas a la semana para jugar al billar y enseñarle otra ocupación que le daría prestigio social en el mundo que se moviera. Cuando estaba en casa prefería ver la televisión y no dejaba de llamar a Rtve para quejarse cada vez que algo no le parecía bien. Como entraba suficiente dinero en el hogar se permitía el lujo de llevar a sus hijos a una escuela de pago, la mejor de Móstoles para los exclusivistas, en el Balmes. Pero pese a ganar tanto dinero casi nunca le dejaba algo a Ricardo para que saliera con sus amigos y este a veces avergonzado fingía que le habían atracado a punta de pistola, cual película, y no llevaba nada encima. Tanto control de la vida de sus hijos no impidió que su mujer tuviera una aventura con un vecino, pasión que se hizo pública y terminó con su perdón y la marcha del amante fuera del barrio y de la ciudad. De esta manera Javier perdió a su primer mejor amigo, que no comprendió aquella repentina marcha de la familia del barrio.
Mientras Ricardo crecía como músico, su relación con las chicas iba de flor en flor sin que ninguna se mantuviera mucho tiempo a su lado, lo cual, en ocasiones le llevaba a tomarse borracheras que acababan con puñetazos en la pared sino intentos de cabezazos. Sin embargo, en unos luchacos hendía con un cuchillo muescas para señalar el número de conquistas que llevaba, como palos de un prisionero en la pared de una cárcel. Le gustaba de vez en cuando lucir aquella arma y mostrar su habilidad emulando a Bruce Lee, pese a no tener ni idea de artes marciales, quizás, más que nada, para que todos vieran el número de mujeres con las que ya se había acostado. De esa manera, su relación con el grupo era intermitente, ya que si no salía con alguna chica también lo hacía con algunos compañeros suyos del colegio Balmes, y eso hacía que Fernando pensara que les tenía como segundo plato. Pero su simpatía arrolladora era siempre bienvenida y les arrastraba a las discotecas sabiendo que su presencia atraería a más mujeres y conversación fluida, casi siempre cinéfila y entusiasta. Su pique con Fernando por las féminas les llevaba a veces a absurdas competiciones como cuando rivalizaron por ver quién besaba a más de ellas en una sola noche, quedando en tablas dicha apuesta después de una veintena de besos y ninguna historia.
Su habilidad conduciendo, de la que se vanagloriaba realizando trompos, saltándose semáforos y cruces sin mirar, no le impedía consumir todo el alcohol que fuera capaz. Incluso una noche la policía le dio el alto para un rutinario control  de alcoholemia y los esquivó pensando que los burlaría, cual película de acción, ya que iba a dar positivo de largo, pero pronto le cazaron y le impusieron una cuantiosa multa; que él entregó a uno de sus amigos policías para que se la quitaran, cosa que hicieron, lo cual le hacía reír a Ricardo diciendo lo bueno que era tener contactos donde eran necesarios. En otro de sus saltos de semáforo tuvo un leve accidente cuando no llevaba seguro en el coche, que además no era suyo, sino de Juanlu, o más bien de la empresa de su padre, que nunca se sacó el carnet de conducir, y solo la comprensión de con quién se había dado le libró de algo más importante.
En una ocasión quedó ingresado en el hospital por un coma etílico durante tres días. Cuando mezcló todo tipo de bebidas en una mítica, para él las mejores, fiesta de futuros farmacéuticos, cuando salió con sus compañeros del Balmes, que sí habían continuado carreras universitarias, al contrario que él que no llegó a esas expectativas para decepción de su padre, que giró la dirección de su hijo para que se preparara para oposiciones al ejército como músico. Mientras, Ricardo, continuaba mejorando su técnica como instrumentista de la trompa y aprendía a ser compositor, que era algo que sí le apasionaba, pero casi como una competición por llegar a las notas más altas. Para pagarse todo eso trabajaba eventualmente en lo que surgía, destacando como vendedor, con su labia y simpatía de don de gentes. En la campaña de navidad de un Hipercor descubrió que podía poner un nuevo precio a cualquier producto en las máquinas de pago y de esa manera su familia y amigos pudieron comprar muy barato productos muy caros.
Después de haber salido con algunas de las tías más guapas que sus amigos jamás habían visto, Ricardo conoció a una chica que no era tan atractiva pero que, según él, era salvaje en la cama y eso valía por todo lo que no tenían en común, que era nada. Sin embargo, cuando apenas la relación comenzaba Ricardo, inesperadamente para él, aprobó las oposiciones para convertirse en sargento músico, el más joven de España, por lo que decía orgulloso. De esa manera tenía ya el futuro asegurado, al contrario que sus amigos del grupo que todavía no tenían nada definitivo en el campo laboral apenas comenzada la veintena. Pero el destino más probable era Pontevedra, lo cual podía significar el fin de una relación que vivía sus mejores momentos sexuales, así que en un rapto de romanticismo le pidió que se casara con él y se fueran a vivir a la lluviosa Galicia, a lo que ella aceptó sin dudarlo. Luego resultó que le tocó como destino en Toledo, pero siguió adelante con los planes de boda pese a que sus hermanos empezaron a organizar en plena ceremonia una porra sobre cuanto durarían hasta divorciarse, ya que no veían ningún futuro a una relación basada solo en el sexo. Ricardo se reía de la ocurrencia diciendo que eran unos cabrones, pero iba en su línea de humor gamberro que él disfrutaba como si protagonizara una película de estúpidos universitarios. Los que participaron fueron bastante pesimistas dándole desde días a meses. Solo Javier apostó por dos años y fue el que más se acercó, ya que duraron cinco que fueron de pesadilla casi nada más casarse, pues Ricardo ya no la reconocía con la convivencia en común y una vez esfumada la pasión sexual quedaron las broncas, celos y desencuentros que, aun así, les llevó a tener una hija que precipitó el final de la relación, y a que Ricardo empezaran a salirle prematuras canas con veintisiete años, ya que apenas podía estar con su hija recién nacida a la que adoraba con pasión de padre, canas que acabaron convirtiéndole en un todavía atractivo Steve Martin, aunque ya no tuviera la capacidad de hacer reír a cualquiera.
Por esa época volvió a salir con sus amigos del grupo, con Juanlu que le introdujo en el consumo ocasional de cocaína, algo a lo que accedió gustoso por probar, en esta vida hay que probarlo todo según él (y muchos), quizás para aliviarse de una depresión de la que no se desembarazaba por más que intentase ser el de siempre: el gran actor que siempre había sido. Para entonces sus sueños de músico estaban muy alejados. Había dejado sus estudios de trompa y composición, y aunque daba clases particulares en un conservatorio, ligando con alguna joven alumna, ya no se acordaba que un día quiso componer conciertos y dar la vuelta al mundo con una orquesta alcohólica a ritmo de marchas triunfales.
Hasta que pasados unos años, apenas entrado en los cuarenta, empezó a desarrollar un cáncer de faringe que casi acabó con su vida y le dejó físicamente irreconocible. Ya no tenía esa pose de galán que tanto había cultivado. Un cáncer que por fin acabó con una vida idolatrando al alcohol, con frases como que no le importaba beber porque ya no tenía hígado al mearlo una noche, bromeaba antes de la enfermedad, y a fumar continuamente, como en el cine negro del mejor Bogart.


Post Data del Autor: Pero no. Así acabó la historia de Ricardo cuando la escribí, pero no dejó de fumar, no sé si de beber, lo que sí sé es que acabó muriendo de una recaída del cáncer que ya no pudo evitar. En el Facebook continua una de las pocas fotos, él que no se dejaba hacer fotos, de su irreconocible aspecto de lo que fue y en lo que se convirtió. Descanse en paz.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Los que no éramos galácticos

     Después de participar en el concurso de Amazon convenía a este libro lavarle la cara y, sobre todo, ponerle un precio más acorde. También hemos aprovechado para darle una nueva portada más atractiva. Lo más doloroso ha sido ponerle punto y final a una de las historias de la novela dado el fallecimiento inesperado de su personaje principal. Me temo que fui demasiado optimista y la cruel realidad se impuso. Después de todo las historias se basan en habitantes reales de Móstoles, como el protagonista del segundo capítulo, el gran Íker Casillas.