Introducción
Cuando te diriges hacia un destino a
gran velocidad, quizás no veas los fugaces árboles del camino, pero sí las
golosas y mullidas nubes blancas de un día plácido. Así éramos los dos.
Mientras que yo observaba las rápidas ramas en plan surrealista, deseando escalarlas,
detenerme y abrazar cada tronco, confundirme entre su frondosidad, que nadie me
viera. Fernando veía los pomposos cúmulos y deseaba alcanzarlos, que todos lo
contemplaran allí: en la cima. Pero ni yo me detenía a subir a esos arquitectos
del bosque ni Fernando llegaba a ese nimbo, aunque pareciera estar más alto y
cerca que yo de las raíces del viento.
Cuando compré mi billete de avión a
México DF intuí que experimentaría una situación especial. Fernando había
conseguido lo que para mí era un sueño: vivir de la música, de su auténtica
vocación, de su talento y persistencia. Podría ser que solo pasara el mes con
lo justo y con estrecheces, pero ese escalón alcanzado por él suponía para mí
una montaña inalcanzable con respecto a mi pasión por la poesía. Subsistir de
lo que escribiera era todo un reto que no sabía si podría conseguirlo.
Arrojarme a esa piscina, como Fernando había hecho con la música, sin saber
antes la temperatura del agua, si cubría o no, si había demasiado cloro, era
excesivo para el incierto mundo de los versos, ya que no me consideraba
capacitado, ni había estudiado ninguna carrera universitaria, para otras
facetas de la escritura que pudieran tener mayor salida laboral.
De todos modos, me propuse registrar
aquella experiencia, mis conflictos y dudas personales, en forma de diario. Una
fórmula literaria que nunca había practicado, pero de la cual, quizás, saliera
algo interesante. Solo el hecho de volar a otro país y conocer otra cultura supone
una aventura por sí misma, y más cuando no se realiza el viaje por turismo sino
para visitar a quien vive allí y mezclarse con sus experiencias diarias
normales. La relatividad del tiempo se transforma y lo que sucede de manera
rutinaria en tu quehacer diario hace que durante unas vacaciones parezca un
tiempo mayor, igual en cantidad, pero no en intensidad. Intuí que de aquel
cuaderno podría surgir una novela algún día. La situación invitaba a ello. La
bohemia musical en la que parecía vivir Fernando, y mi propia búsqueda de otra
bohemia en la que bañarme y regatear así a la realidad que parecía ya rodearme
sin dejar salidas, parecía dar suficiente jugo literario para esa posibilidad
de argumento, además de nuestras formas de ser tan diferentes y casi
contradictorias, donde pese a todo, vencía siempre la amistad. Y el momento de
esa historia llegó.