Uno de los distintivos de la democracia son las siglas de los partidos políticos. Tanto es así que se esfuerzan en que el sonido de esas iniciales unidas suenen bien, aunque las palabras que utilicen no se ajusten a la realidad. Por ejemplo, al PSOE le sobra lo de socialista y obrero, porque hace mucho tiempo, gracias al esfuerzo de Felipe González, dejaron de ser un partido de izquierdas para ser un partido que sonríe a su electorado de esa zona mientras se abraza a las grandes corporaciones económicas y hacen lo que ellos digan aun perjudicando a esos obreros de su nombre. Otros partidos que difieren de la realidad son el PP, que de popular no tiene nada o IU, porque todos sabemos que la izquierda dista mucho de estar unida.
Con el hartazgo que tenemos de una democracia falsa y polarizada hacia un bipartidismo que solo interesa al Íbex 35 es muy refrescante y esperanzador ver que surgen nuevas ideas políticas que son capaces de hacerse sitio entre un electorado demasiado conformista a votar lo mismo sin pensar en lo que hace. Uno de los distintivos es que Podemos nace como un partido sin siglas, un lema que da nombre y lanza un mensaje a los hartos pero escépticos de que algo puede cambiar. No solo puede es que necesitamos que cambien muchas cosas si queremos conseguir un país al servicio de sus ciudadanos y no a los intereses de las grandes empresas.
Ojalá el éxito de estas elecciones de Podemos no sea espuma de una noche de primavera, sino el comienzo de una regeneración política hacia lo sensato.
