Ricardo y el cine
Ricardo era el chico al
que toda madre, del barrio donde vivía el grupo, le hubiera gustado tener como
hijo. Era la personificación de la simpatía: brillante, atractivo, halagador,
con un inigualable don de gentes, labia a mares, el más perfecto vendedor de lo
que fuese: su persona misma, al que nadie podía resistirse, alegre y
contagioso, siempre elegante y educado. Por si fuera poco, su talento para la
música clásica, con su inseparable trompa que practicaba con la ventana abierta
para concertar por toda la zona, le hizo popular en la mancomunidad donde vivía
en la calle Las Palmas, ya que en una ocasión le llamaron para cubrir un puesto
en la orquesta de José Luis Cobos, muy popular en aquella época como
superventas de discos, a los conciertos que daba en televisión y que le
mostraban a él entre los músicos. Luego no dejaba de contar su experiencia y
relatar lo superficial que le pareció el tal Cobos que tanto pedía que le
maquillaran.
No obstante, la
verdadera pasión de Ricardo era el cine. Le encantaban las protagonizadas por
Clint Eastwood. Las había visto todas, desde las spaguetti western tan
memorables como la serie del duro Harry Callahan, ya que Eastwood tenía la
dureza de carácter que a él le hubiera gustado poseer, aunque fuera incapaz de
imitarle ya que anhelaba siempre caer bien a cualquier persona. A quien sí
imitaba era a Tom Cruise, le gustaba hacer los malabarismos de barman con las
botellas en “Cocktail”, en jugador de billar en “El color del dinero”, pero la
que más le apasionaba era la película “Top gun” y hacía cantar a todo el grupo,
cuando alguna ocasión le inspiraba, como delante de alguna chica a la que
trataba de asombrar, la canción que el protagonista mal cantaba: “No intentes
disimular”, pese a que el resto del grupo no compartía tanta pasión por aquella
letra. Incluso intentaba parecerse físicamente al actor de moda en los ochenta,
aunque su rostro y peinado estuviera más cerca de Pierce Brosnan, el futuro
James Bond, en la época de la serie “Remington Steele”, parecido que le
halagaba cuando alguien se lo señalaba, ya que dicho personaje entraba dentro
de su ideario perfecto.
Siguiendo la estela de
la imaginación que le inspiraban ese conglomerado de personajes no le gustaba
salir en fotos, se vanagloriaba de que muy pocas, las de bautizo y comunión tan
solo, y argumentaba que si en algún momento debía desaparecer, porque le
persiguiera la mafia o entrara en los servicios secretos, la ausencia de
retratos suyos ayudaría a no encontrarle ya que nadie sabría cómo era.
Su imaginación y pasión
por el cine le diferenciaba de su padre, mucho más práctico, a quien Ricardo
temía y admiraba con igual mezcla. Era policía nacional, lo cual admiraba en su
ideario cinéfilo de duro, pero no le gustaba tanto que fuera también un peseto,
como llamaba a los taxistas, profesión que ejercía en sus ratos libres, aunque
quizás ello se debía al tiempo que no le dedicaba, ya que también pasaba muchas
horas arreglando el coche. Lo que temía era la severidad de su carácter. Los
fines de semana los pasaba con su orquesta en ferias y charangas, y de ahí le
venía a Ricardo su vocación forzada por dedicarse a los instrumentos musicales.
Lo siguiente sería opositar a algún cuerpo de la seguridad nacional y es que ya
tenía preparada la vida que debería llevar su hijo para que no se equivocara.
Con tanto empleo solo le reservaba un par de horas a la semana para jugar al
billar y enseñarle otra ocupación que le daría prestigio social en el mundo que
se moviera. Cuando estaba en casa prefería ver la televisión y no dejaba de
llamar a Rtve para quejarse cada vez que algo no le parecía bien. Como entraba
suficiente dinero en el hogar se permitía el lujo de llevar a sus hijos a una
escuela de pago, la mejor de Móstoles para los exclusivistas, en el Balmes.
Pero pese a ganar tanto dinero casi nunca le dejaba algo a Ricardo para que
saliera con sus amigos y este a veces avergonzado fingía que le habían atracado
a punta de pistola, cual película, y no llevaba nada encima. Tanto control de
la vida de sus hijos no impidió que su mujer tuviera una aventura con un
vecino, pasión que se hizo pública y terminó con su perdón y la marcha del
amante fuera del barrio y de la ciudad. De esta manera Javier perdió a su
primer mejor amigo, que no comprendió aquella repentina marcha de la familia
del barrio.
Mientras Ricardo crecía
como músico, su relación con las chicas iba de flor en flor sin que ninguna se
mantuviera mucho tiempo a su lado, lo cual, en ocasiones le llevaba a tomarse
borracheras que acababan con puñetazos en la pared sino intentos de cabezazos.
Sin embargo, en unos luchacos hendía con un cuchillo muescas para señalar el
número de conquistas que llevaba, como palos de un prisionero en la pared de
una cárcel. Le gustaba de vez en cuando lucir aquella arma y mostrar su
habilidad emulando a Bruce Lee, pese a no tener ni idea de artes marciales,
quizás, más que nada, para que todos vieran el número de mujeres con las que ya
se había acostado. De esa manera, su relación con el grupo era intermitente, ya
que si no salía con alguna chica también lo hacía con algunos compañeros suyos
del colegio Balmes, y eso hacía que Fernando pensara que les tenía como segundo
plato. Pero su simpatía arrolladora era siempre bienvenida y les arrastraba a
las discotecas sabiendo que su presencia atraería a más mujeres y conversación
fluida, casi siempre cinéfila y entusiasta. Su pique con Fernando por las
féminas les llevaba a veces a absurdas competiciones como cuando rivalizaron
por ver quién besaba a más de ellas en una sola noche, quedando en tablas dicha
apuesta después de una veintena de besos y ninguna historia.
Su habilidad
conduciendo, de la que se vanagloriaba realizando trompos, saltándose semáforos
y cruces sin mirar, no le impedía consumir todo el alcohol que fuera capaz.
Incluso una noche la policía le dio el alto para un rutinario control de alcoholemia y los esquivó pensando que los
burlaría, cual película de acción, ya que iba a dar positivo de largo, pero
pronto le cazaron y le impusieron una cuantiosa multa; que él entregó a uno de
sus amigos policías para que se la quitaran, cosa que hicieron, lo cual le
hacía reír a Ricardo diciendo lo bueno que era tener contactos donde eran
necesarios. En otro de sus saltos de semáforo tuvo un leve accidente cuando no
llevaba seguro en el coche, que además no era suyo, sino de Juanlu, o más bien
de la empresa de su padre, que nunca se sacó el carnet de conducir, y solo la
comprensión de con quién se había dado le libró de algo más importante.
En una ocasión quedó
ingresado en el hospital por un coma etílico durante tres días. Cuando mezcló
todo tipo de bebidas en una mítica, para él las mejores, fiesta de futuros
farmacéuticos, cuando salió con sus compañeros del Balmes, que sí habían
continuado carreras universitarias, al contrario que él que no llegó a esas
expectativas para decepción de su padre, que giró la dirección de su hijo para
que se preparara para oposiciones al ejército como músico. Mientras, Ricardo,
continuaba mejorando su técnica como instrumentista de la trompa y aprendía a
ser compositor, que era algo que sí le apasionaba, pero casi como una
competición por llegar a las notas más altas. Para pagarse todo eso trabajaba
eventualmente en lo que surgía, destacando como vendedor, con su labia y
simpatía de don de gentes. En la campaña de navidad de un Hipercor descubrió
que podía poner un nuevo precio a cualquier producto en las máquinas de pago y
de esa manera su familia y amigos pudieron comprar muy barato productos muy
caros.
Después de haber salido
con algunas de las tías más guapas que sus amigos jamás habían visto, Ricardo
conoció a una chica que no era tan atractiva pero que, según él, era salvaje en
la cama y eso valía por todo lo que no tenían en común, que era nada. Sin
embargo, cuando apenas la relación comenzaba Ricardo, inesperadamente para él, aprobó
las oposiciones para convertirse en sargento músico, el más joven de España,
por lo que decía orgulloso. De esa manera tenía ya el futuro asegurado, al
contrario que sus amigos del grupo que todavía no tenían nada definitivo en el
campo laboral apenas comenzada la veintena. Pero el destino más probable era
Pontevedra, lo cual podía significar el fin de una relación que vivía sus
mejores momentos sexuales, así que en un rapto de romanticismo le pidió que se
casara con él y se fueran a vivir a la lluviosa Galicia, a lo que ella aceptó
sin dudarlo. Luego resultó que le tocó como destino en Toledo, pero siguió
adelante con los planes de boda pese a que sus hermanos empezaron a organizar
en plena ceremonia una porra sobre cuanto durarían hasta divorciarse, ya que no
veían ningún futuro a una relación basada solo en el sexo. Ricardo se reía de
la ocurrencia diciendo que eran unos cabrones, pero iba en su línea de humor
gamberro que él disfrutaba como si protagonizara una película de estúpidos
universitarios. Los que participaron fueron bastante pesimistas dándole desde
días a meses. Solo Javier apostó por dos años y fue el que más se acercó, ya
que duraron cinco que fueron de pesadilla casi nada más casarse, pues Ricardo ya
no la reconocía con la convivencia en común y una vez esfumada la pasión sexual
quedaron las broncas, celos y desencuentros que, aun así, les llevó a tener una
hija que precipitó el final de la relación, y a que Ricardo empezaran a salirle
prematuras canas con veintisiete años, ya que apenas podía estar con su hija
recién nacida a la que adoraba con pasión de padre, canas que acabaron
convirtiéndole en un todavía atractivo Steve Martin, aunque ya no tuviera la
capacidad de hacer reír a cualquiera.
Por esa época volvió a
salir con sus amigos del grupo, con Juanlu que le introdujo en el consumo
ocasional de cocaína, algo a lo que accedió gustoso por probar, en esta vida
hay que probarlo todo según él (y muchos), quizás para aliviarse de una
depresión de la que no se desembarazaba por más que intentase ser el de
siempre: el gran actor que siempre había sido. Para entonces sus sueños de
músico estaban muy alejados. Había dejado sus estudios de trompa y composición,
y aunque daba clases particulares en un conservatorio, ligando con alguna joven
alumna, ya no se acordaba que un día quiso componer conciertos y dar la vuelta
al mundo con una orquesta alcohólica a ritmo de marchas triunfales.
Hasta que pasados unos
años, apenas entrado en los cuarenta, empezó a desarrollar un cáncer de faringe
que casi acabó con su vida y le dejó físicamente irreconocible. Ya no tenía esa
pose de galán que tanto había cultivado. Un cáncer que por fin acabó con una
vida idolatrando al alcohol, con frases como que no le importaba beber porque
ya no tenía hígado al mearlo una noche, bromeaba antes de la enfermedad, y a
fumar continuamente, como en el cine negro del mejor Bogart.
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Pero no. Así acabó la historia de Ricardo cuando la escribí, pero no dejó de
fumar, no sé si de beber, lo que sí sé es que acabó muriendo de una recaída del
cáncer que ya no pudo evitar. En el Facebook continua una de las pocas fotos,
él que no se dejaba hacer fotos, de su irreconocible aspecto de lo que fue y en
lo que se convirtió. Descanse en paz.
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