Ser bueno te hará dichoso, ser culto te hará libre. José Martí.

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domingo, 14 de enero de 2024

Jugando a Carcassonne en Carcassonne

 Probablemente lo más friki o incomprensible que se puede hacer en el mundo de los juegos de mesa sea jugar a Carcassonne en Carcassonne. No porque no merezca la pena viajar a la ciudadela amurallada con sus torres sacadas de los castillos Exin sino porque sea ese, el juego de mesa que ni siquiera es de autoría francesa, uno de los objetivos del viaje.

     Uno de los primeros juegos de mesa familiares o de introducción que descubrí para jugar con mi hijo fue Carcassonne. Había leído algo de aquella ciudad en mis lecturas sobre los cátaros y el genocidio que se cometió contra ellos por parte de una inhumana cruzada alimentada por el papa de Roma de turno cuya auténtica finalidad era la posesión territorial de la incipiente voracidad del que se hacía llamar rey de Francia y su corte. Por ellos y para ellos se creó la Santa Inquisición, solo para generar el más atroz sistema de torturas que se recuerda. Y una de las mayores abominaciones de la Historia de la Humanidad a la altura del Holocausto Nazi o las Bombas Atómicas o, mejor dicho, mucho más. También al leer y saber sobre trovadores y juglares y sus poemas llenos de amor cortés que tanta liberalidad respiraban y que formaba parte de lo que el Vaticano quería exterminar. Pero el nombre de aquella ciudad medieval no se quedó fijada en mi mente ni se convirtió en un objetivo posible de viaje para alguna hipotética ocasión. Pero Dado que el juego nos gustó tanto, con el adictivo poder de colocar losetas para crear un puzle con el que generar puntos situando meeples, investigué un poco sobre aquella ciudad y descubrí aquellas murallas, almenas y torrecillas que tanto me recordaban a mi juego de construcción favorito: Castillos Exin, que aun conservo y con el que tanto he jugado con mis hijos. En ese momento lo supe. Algún día viajaría a aquella localidad francesa. No sabía cuándo ni cómo justificaría un viaje por el simple hecho de un juego de mesa. Pero esa oportunidad llegaría. Y, por supuesto, claro que llegó.

     De la manera más inesperada supe por el anuncio de una promoción que Renfe inauguraba sus trayectos en Ave por Francia hasta Marsella pasando por Barcelona. Miré las paradas y me fijé en Narbona. Abrí google maps y ahí estaba, muy cerca, la brillante Carcassonne como iluminada por un objetivo. A tan solo un vuelo de un tren de Cercanías de apenas media hora de viaje. Y encima por un precio irrechazable de 19 euros por trayecto, lo que convertía el total para los cinco en 190. La mitad de lo que costaba un viaje en avión, igual para los cinco, a la también vecina Toulusse. No lo dudé. Se lo propuse a mi mujer e hice la reserva para el puente del 12 de octubre.

     Como mi caja del juego es un enorme cajote con 11 expansiones más el modo básico, y alguna más que yo había incluído como La Torre, ni por asomo me planteé meterlo en alguna maleta solo por jugarlo allí. Ni siquiera en algún pequeño paquete con parte de las piezas. No obstante, investigué cual de las expansiones que aun no había comprado podía añadirse a mi colección, aunque no pudiera jugar con ella por sí sola, pero sí al menos para hacernos la foto más típica y tópica para los jugones de mesa. Así que, pese a que no veía en google maps muchas tiendas de juegos de mesa en lo que es la Ciudadela de Carcassonne, si me encontraba en algún sitio La Abadía y el Alcalde, tal que un suvenir, me lo llevaría aunque estuviese solo en francés. Después de todo, hoy en día, con la BGG es muy fácil descargarse cualquier reglamento, traducirlo e imprimirlo.

     Después de cinco horas de viaje, donde pasamos el rato con varios juegos de mesa como el Catán de Cartas (qué bien me hubiera venido la versión de cartas de Carcassonne), llegamos a Narbona. Al ser ya casi de noche nuestra visita a Carcasona, como se dice en español, debía esperar. Temprano volvimos a la misma estación de trenes y nos encontramos con una huelga inesperada (para nosotros) de trenes regionales. Nos ofrecieron primero un autobús pero luego debió de pensárselo la taquillera, que apenas nos entendía dado nuestro francés y su poco inglés, y nos consiguió asientos en un ave que salía un poco más tarde que el bus y resolvía nuestro problema. Menos mal que al ser mi mujer ferroviaria nos hacían importantes descuentos.

     Media hora después llegamos a nuestro verdadero objetivo del viaje. Y otra media hora andando tardamos en llegar a nuestro hotel, no sin antes rodear un poco las murallas y almenas de Carcassonne, que al llegar al Puente Viejo ya se alzaban espectaculares encima de la colina que rodea. Mis hijos no pudieron evitar lanzar las primeras exclamaciones de admiración como cuando Harry Potter llega a Hogwarts.

  Nuestro hotel, de la cadena ibis, y muy cerca de la Ciudadela, estaba perfectamente preparado para familias con niños. Y tenía el hall preparado como sala de juegos con un futbolín y juegos de construcción de madera, además de un enorme oso de peluche apoltronado en una de las sillas y que mi hija de cinco años se lanzó a abrazar entusiasmada como si de un amigo especial se tratara. Por supuesto tenían juegos de mesa clásicos como el ajedrez, damas, cartas o el uno (según vi) bajo demanda y así pasar los entretiempos. 

     Después de instalarnos por fin pusimos rumbo a la ciudad medieval. Entramos por la puerta Narbona que preside la figura de Carcas, la mujer a la que se le debe el nombre. Y nada más acceder por la primera calle me daba la sensación de trasladarme en el tiempo o entrar al callejón Diagon, con sus estrechas callejuelas y tiendas abiertas que parecían vender de todo lo que un turista pudiera necesitar para convertirse en un espadachín o bruja. En la oficina de turismo vendían el juego de Carcassonne, junto con varias expansiones, y encima algo más barato que en España, así que tomé nota y esperé un poco para contrastar precios, pero en el resto de sitios vi que lo tenían consensuado y terminé adquiriéndolo en alguna tienda mientras descansábamos bajo el sabor de un helado. Y así pudimos hacernos fotos en una plaza que en cuyo centro hay un relieve muy chulo de la ciudad posando junto con la cajita del juego de mesa. Comimos el plato típico de por allí, Cassoulet, que no es otra cosa que judías con carne, normalmente de pato y de cerdo, y como requemadas por encima pero con muy buen sabor y sin casi caldo. Terminamos la tarde montando en un trenecito que recorre la ciudad por fuera y así pudimos ver bien las murallas y sus torrecillas y descansar un poco de tanto trote. En realidad Carcassonne se puede ver bien en un solo día. Es bastante pequeña y no son muchas las calles y plazas a recorrer. Lo que puede llevarte más tiempo es visitar todos los museos que hay como los de la Inquisición o Torturas, pero con los niños no quisimos que vieran tanto horror inhumano. Sin embargo entramos a una casa embrujada, digna de Halloween, donde ibas entrando a unas habitaciones donde terminaban dando un buen susto. Mis hijos, excepto mi hija que se asustó demasiado, se lo pasaron muy bien.

   Para el día siguiente dejamos la visita al Castillo ya que tenía reservada las entradas pues a esta ciudad le pasa como a Toledo, da igual cuando vayas, siempre hay mucha gente. Regresamos al hotel, que además del cansancio del día tenían ganas de jugar e hicieron muchos amigos y amigas, pues muchos, la mayoría, eran españoles como nosotros. sobre todo de Cataluña.

     La visita al Castillo no defraudó, pero a mí me gustó mucho más la visita de las Murallas ya que una de las secciones podías recorrerla a pie subiendo y bajando por sus torrecillas y almenas, y además la vistas eran espectaculares, y podías entender por qué construyeron allí el Castillo y no en otro lugar, ya que puedes ver desde lejos a quien llega, y tienes la protección del rio. Aunque en el asedio de la cruzada que acabó con los cátaros sus habitantes huyeron por unos túneles, que no sé si se podrán visitar pero yo no vi ninguna indicación. Mientras, el Caballero de Trencavel entretenía a los acosadores y sacrificó su vida para salvar la ciudad y sus habitantes. Para algunos este nobre caballero fue la inspiración para el Perceval del Ciclo Artúrico.

     Con la tarde por delante pasamos a la parte más moderna de la ciudad y busqué un lugar que ya tenía fichado, Comptoir Ludique, una especie de cafetería con juegos de mesa para jugar, unos 400, dicen, aunque también tenían algunos nuevos a la venta. En este encantador y pequeño lugar, apenas había tres mesas, comimos muy bien y sus simpáticos dueños se esforzaron por atendernos de la mejor manera posible. Por supuesto busqué el Carcassonne y descubrí una edición muy antigua, seguramente la primera, firmada por el propio autor del juego Klaus-Jürgen Wrede, que debió pasar por allí visitando la ciudad que le inspiró su juego. Y así terminamos jugado a Carcassonne en Carcassonne. Y el viaje se hizo redondo. Inolvidable, como cuando pasas unos días sin parar de jugar a juegos de mesa y quedas ahíto y feliz.



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